Mi Sanctasanctórum de la Inspiración

La semana que se esfumó, mientras mis ojos divagaban entre las páginas de un dominical –de esos que huelen a tinta fresca de domingo de mañana y a promesas olvidadas–, una verdad se me reveló con la claridad de una bofetada en una mañana inhóspita: la importancia cardinal de un lugar de inspiración que nos ronde, o, mejor aún, la dicha inmensa de habitar un entorno que sea en sí mismo una fuente inagotable. Y he de confesar, sin rubor alguno, que, en este particular, soy un alma condenadamente privilegiada. Me encuentro, afortunadamente, cercado por un batallón de objetos, de presencias, cada uno con un carácter inspirador tan marcado que, a poco que los contemple, que mis dedos se posen en su superficie, o que mi imaginación los traslade a la sala de estar de un desconocido, un millar de ideas, aparecen en el escenario de mi mente.
Un lugar milimetricamente desordenado es la inspiración clave para muchas personas.
En ese mismo dominical, una escritora americana, de esas que, según dicen, hacen las delicias de la juventud, de las que construyen imperios con cada palabra, afirmaba con una convicción que rayaba en lo profético que su prosa no encontró su verdadero cauce hasta que comprendió la necesidad imperiosa de un espacio inspirador para cada una de sus novelas. Y digo novelas porque, permítanme, es una de esas nuevas estrellas que iluminan el firmamento literario de los millennials.
Ella, con una disciplina casi monacal, fabrica un ambiente propicio para cada una de sus gestas literarias. Si la trama se enrosca en torno a un crimen, hete aquí que la fotografía de un infame criminal hace acto de presencia; si se trata de una inmensa mansión rural, busca imágenes de caserones que le susurren qué secretos se anidaban tras sus muros; y si la odisea narrativa nace de un viaje, las fotografías de ese periplo se despliegan como un mapa del alma.
Jacqueline Roque in Pablo Picasso’s mansion ‘La Californie’ in Cannes. 1957
Los americanos de mi "época" –y con esto me refiero a los célebres JASP, esos Jóvenes, Aunque Sobradamente Preparados que tan bien supieron navegar las aguas de la ambición y la tecnología entre los ochenta y los noventa– solíamos masticar la expresión “Big Picture”. Una suerte de visión panorámica, una capacidad de anticipar el objetivo final para que cada decisión, por ínfima que pareciera, encajara en el gran rompecabezas.
Y hoy, imbuido por la perspicacia de esta joven novelista, siento la ineludible obligación de disertar sobre el arte, sí, el arte, de construir un espacio inspirador, tanto en la intimidad de nuestro hogar como en el sanctasanctórum de nuestro trabajo, si la fortuna, y la cartera, así lo permiten.
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¿Qué Demonio es Eso que Llamamos Inspiración?
La inspiración, mis queridos, es ese rapto súbito, esa disposición casi mística, que nos impulsa a la acción, especialmente cuando la acción flirtea con la creatividad o con los asuntos más etéreos del espíritu. En el arte, por ejemplo, es un estallido, un torrente de potencia creativa que empuja al artista a la ejecución de su obra, para luego, como un soplo, desvanecerse.
Una vieja fotografia de recuerdos es una fuente insaciable de inspiración.
Pero la palabra también se utiliza para señalar aquellos factores que condujeron a alguien a la creación de algo, la materia prima que, como un camaleón, se adapta y transmuta en nuevas formas.
La etimología nos susurra que la palabra inspiración proviene del latín inspiratio, una amalgama de in- (“adentro”) y spirare (“respirar”). Su significado se ha aplicado al mundo de la creatividad de un modo más bien figurado, casi poético: así como el aire vivifica nuestros pulmones, la creatividad "entra" en el artista. Una idea que, en tiempos pretéritos, atribuía este arrebato creativo a la acción de deidades –las Musas grecorromanas, por ejemplo– sobre la mente del artista, un soplo divino que insuflaba vida a la obra.
Esta noción de la inspiración como un don divino o sobrenatural no es ajena al ámbito de la religión. El "genio", de hecho, bebe de la misma fuente.
Secreter de apoyo en madera de mongoy
Siempre me viene a la memoria una frase del indolente, pero no por ello menos perspicaz, Pablo Picasso: "La inspiración existe, pero tiene que encontrarte trabajando." Una máxima que, con la rotundidad de un martillazo, subraya la primacía del trabajo duro y la disciplina como verdaderos catalizadores de la creatividad, en contraposición a la pasiva espera de la musa esquiva. Picasso, en su sabiduría, nos sugiere que no es la epifanía lo que impulsa la creación artística, sino el incansable, el tozudo, el esfuerzo constante.
Un rincón para el alma
No todos los espacios de una casa tienen vocación doméstica. Algunos existen para el alma, como una cocina para el espíritu. Debería ser norma universal tener un rincón que inspire, que consuele, que invite a la contemplación igual que un buen caldo invita al paladar.
El mío es una especie de altar accidental: un trozo de retrovisor, sobreviviente de un accidente que no dejó marcas salvo en la memoria; una estatuilla vulgar, pero conquistada con orgullo; arena pálida en un frasco —reliquia de aquella playa donde descubrí el amor con la torpeza de los primeros encuentros. Y encima de todo, una fotografía amarillenta de los abuelos, con sus gestos detenidos en otro siglo.
Es un lugar sin lógica estética, como si lo hubiera decorado el azar. Pero cada objeto tiene el peso exacto de una historia. Alimenta tu rincón, no con modas ni normas, sino con sustancia: los fragmentos de vida que sólo tú sabes leer. Y cuando lo hagas, ese rincón te hablará. En voz baja, claro —como lo hacen los buenos recuerdos.
Los Recovecos de la Inspiración en el Hogar
Ah, el hogar. Ese crisol de recuerdos y olvidos, ese refugio donde la vida se despliega en sus mil y una facetas. Y dentro de él, cuántos rincones desaprovechados languidecen en un sopor, esperando ser despertados por la chispa de la imaginación. Como un sastre que mira la tela descartada con ojos de artista, uno puede transformar esos espacios muertos en vibrantes rincones inspiradores. No es magia, es una suerte de alquimia doméstica.
La Metamorfosis del Olvido
Piensen en ese rincón de lectura, por ejemplo. No se necesita una biblioteca palaciega. A veces, basta con una cómoda butaca –quizás una de esas reliquias tapizadas en terciopelo desvaído que guardan el eco de mil conversaciones– y una lámpara que proyecte una luz íntima, cómplice, como la de un farol en una noche de niebla. De repente, lo que era un mero pasillo se convierte en un santuario para el intelecto, un lugar donde las palabras bailan en el aire y la mente se expande.
Carteles Segunda Guerra Mundial
O qué me dicen de un pequeño espacio de oficina. No es necesario un despacho imponente. Tal vez, esa pared olvidada en la cocina, o un recoveco en el dormitorio, puede albergar una mesa discreta, una silla que invite a la concentración. Y así, de la nada, surge un cuartel general para las ideas, un lugar donde los planes se trazan y los sueños, quizás, comienzan a tomar forma.
Y no olvidemos el espacio bajo las ventanas. ¡Qué potencial dormido! Con unos cojines bien elegidos y algo de ingenio, puede transformarse en un asiento improvisado, perfecto para la contemplación de la lluvia o el sol que se filtra. Si a eso le añadimos almacenamiento oculto, la funcionalidad se abraza a la estética, y lo que era un mero hueco se convierte en un bálsamo para el alma y un aliado para el orden.
Los Toques Finales: El Alma del Rincón
Para insuflar vida a esos rincones difíciles, esos que parecen resistirse a cualquier propósito, recurran a la sabiduría de los elementos decorativos. Unas pocas plantas, por ejemplo, con su verde vital, pueden traer la naturaleza al interior, limpiando el aire y el espíritu. Un espejo, estratégicamente colocado, no solo amplía el espacio, sino que también juega con la luz, creando una sensación de profundidad y misterio. Y los objetos pequeños, esos que tienen una historia que contar, pueden ser los acentos perfectos, las pinceladas que transforman un rincón anodino en un punto focal de belleza y propósito.
Gavetas metálicas de almacenaje
En última instancia, el arte de crear un rincón inspirador reside en la mirada, en la capacidad de ver potencial donde otros solo ven vacío. Es un pequeño acto de creación, una forma de infundir alma a la materia, y, en el proceso, de cultivar un poco más de belleza en nuestras propias vidas.
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