Anticuarios, coleccionistas y antigüedades

El anticuario es un cazador del gusto y el coleccionista el que desea disfrutarlo.
Anticuarios, coleccionistas y antigüedades

Hoy no hay demasiado espacio para el anticuario…pero París bien vale una misa. Vivimos una era audiovisual marcada por mensajes procedentes de la publicidad donde pesan más las imágenes y los titulares que las ideas o los contenidos. No hay demasiado espacio, pues, para la otra cultura, la de conservar patrimonio, hacer una buena liturgia de los objetos, identificar, documentarse, refinar el gusto…vamos todo muy impropio del mundo de hoy.

Las antigüedades no se pueden circunscribir al mundo del coleccionista, tienen que tener otro mercado u otro objetivo, vivimos en edificios más pequeños, menos altos, todos los apartamentos parecen iguales….más y más Ikea, y menos gusto y todo copia, los objetos con historia, han sido hábilmente sustituidos por productos más adaptables al consumidor, productos de masas de dudoso gusto y nulo valor en el tiempo, es la razón del masstige, “lujo” digerible y glamour de telenovela….y así todos los pisos son iguales.

El anticuario es un cazador del gusto y el coleccionista el que desea disfrutarlo: dos caras no siempre de la misma persona

¿Qué quiere decir ser anticuario? ¿Qué es una antigüedad? Las dos preguntas se relacionan de tal manera que la segunda responde a la primera.

A un anticuario se le define por los objetos con historia que presenta y por la actitud que muestra ante ellas. Y una antigüedad no sólo se puede definir diciendo que es todo objeto que tiene más de 100 años, exceptuando al Art Nouveau y al Art Deco, porque ésta no es sólo una definición incompleta, sino que puede llegar a ser hiriente. ¿O es que si dejamos nuestro ordenador o una lata de cerveza 100 años bajo tierra pasa a ser automáticamente una antigüedad? Naturalmente que no, no todo por tener SOLO edad se convierte en el privilegio de ser considerado.

Para que un objeto sea considerado como antigüedad no sólo necesita ser testimonio de su tiempo, sino tener la voluntad creativa detrás, una calidad artística que a veces se puede adquirir con el tiempo como pasa con piezas de origen más artesanal como la cerámica, tener una singularidad acusada o ser definitorio de un estilo determinado. Y el anticuario no es sólo el que comercia con las antigüedades, sino quien las estudia, las hace restaurar y las presenta convenientemente dignificadas.

El anticuario es un “Hunter” y acostumbra a comprar lo que le gusta (y no lo que se vende) para él y no para un cliente determinado, y su labor es ser transmisor de este anhelo de posesión de lo indescriptible y cederlo a otro buscador como él, el coleccionista. El auténtico coleccionista nunca especula, simplemente compra para disfrutar, más allá de la rentabilidad económica. Al mismo tiempo, el anticuario es feliz cuando vende, no tanto por la cantidad que recibe (el precio siempre es un valor relativo), sino porque así puede comprar otra obra y empezar este proceso cíclico y maniático una vez más.

Esta labor de rescate es lo que da sentido al trabajo del anticuario. Aparte de su faceta como comerciante, el anticuario es un recuperador de estas obras perdidas, dormidas, y a través de su búsqueda recrea la energía originaria con la que fueron creadas. Conocer parte del viaje de las obras en el tiempo e intentar descubrir el misterio de las identidades perdidas para recuperarlas es lo que hace apasionante el oficio de anticuario.

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